Desántropo = Zooide - - - por Juan Salzano.



¡Ábrete Seso! Abrite a la tierra donde la “humanidad-no-existe”. El drama al que estamos invitados es trans-elemental, como en el “Viernes” límbico de Tournier: la briosa des-rotulación de las cosas por desasimiento del pegote humano, ahora (y siempre) humus que incandesce. A naKhlah Khan se le canta desde el inicio: “sé el desántropo”. Es decir: mejor deslizarse artrópodo o cefalópodo en las lonjas del arenario o del mar, la percepción ya alterada por ese tobogán perlado de fuegoides, llama(ra)das-afuera. Esta conversión del paisaje por desantropomorfosis del sensorio implica, no obstante, que el mundo “hace signos” (sí, hay signos no-humanos: “en el mar abstracto bailás con tu signo”), lo que no es decir significantes (signos para el cerebro-alambre), sino sígnicas para el cerebro-hebra que se abre a los bríos naturantes que en el humano (y en contrahechizo) palpitan: guiños, parpadeos al ras, resortes de (un) deus (o “demonio”) invaginado en cada partícula que nos compone y desposee, golpe de dados más allá de lo dado. Pero, ¿cómo sintonizar con ese humus o con esos humores (“Humores ante el astro suben por entre árboles”)? El Khan nos vuelve a soplar: el acceso se da, ¡zas!, por “cadena irracional”. Pero adviértase rápido –para el ansioso que interponga su anteojera dualista– que eso no supone un golpe de arbitrariedad, sino un contacto con simpatías abscónditas, con la panícula semoviente que atraviesa todo en bajamares y pleamares de nadie.

Por eso, si bien acá se esparcen por doquier lobos marinos, ranas masticables, pájaros líticos o rupestres que xilofonan, peces cojos, hormigas, ciempiés, liebres, tortugas, armadillos, caballos abrecuentos (y no sólo, sino también hojas, ramas, eucaliptus, juncos, sol, luna…), lo que hay son y no son animales, son y no son hojas[1] (como esa “piedra que no es piedra” del alquimisterio: “Entre el sí y el no, salen volando de sus materias los espíritus”, hermetiza Ibn Arabi modulado por naKhlah). Porque embebidos, acicateados y ritmados por un mar que no es mar sino la “barra abstracta” y cortante que pulsa en (y como) el mar, transparentan “direcciones-de-geni” que empollan al “desántropo” que seguimos –un navegante de “otra herencia” (“otro desierto”), diferente a la de los Estados o las familias. No la Cosa Nostra sino la Cosa-O(s)tra, en busca de la producción de qué perlas (“El aniMani oriéntido supura ostras”, se nos dice, y si las supura es porque ya son líquidas u oleaginosas).

Se emparenta, por eso, el desántropo éste con el náufrago de Saint-John Perse: “De allí para el poeta, la importancia total del Mar”, decía el antillano en carta a Caillois (otro invocado por el Khan en su canto), aludiendo a la frecuentación del movimiento que todo lo hechiza e inespecifica, aunque a la vez lo singularice en su perlar adamado: “grisperla aguantada”, “vulva de intragemas”. Porque jamás se habla del mar como referente, aunque ahí esté (“el mar no es verdad”), sino como frecuenciar: el “protoplasma actual” del pulso. Si hay un viaje, entonces, se trata de un desovillamiento que va del “vacío intersticial” al mar, del mar a las hojas, de las hojas a los animales, de los animales a lo que ahora (se) resta del humano. Arremolinado todo en lo que los renacentistas llamaban complicatio, en un mismo implexo que late y respira, como en el aliento dentrofuera de Brahma que hace y deshace los mundos, cuyas cuerdas se desimplifican a medida que son tocadas por la otra cuerda, la del Cuore (“hegemonikón”, acota un griego, aunque el “proyecto” sea “persa” y “jamás griego”). Así, en tanto esas cuerdas resuenen, todo se volverá “oide”: zooide, edenoide, etc., no por cuota de artificio ni anatemas aparienciales, sino por mutabilidad y ubicuidad de las vibraciones.

El desántropo se hace, así, “anfibio” por los pies (“¿cabía duda que conocés por los pies?”), por su apertura poroide a la Tierra, a sus vahos y exhalaciones (esos tremendos “abrepiés”). Porque ellos también son el cuore que toca y jalona y jalea las palabras. “Abrecocos” que surca y enhebra (¡celebra!) nuevos surcos en el cerebro. Así la gramática es arrastrada por la grama o gramilla que abre, vía los pseudópodos cardiales, los sesos: ¡chau, anthropos! Como mucho, lo que queda es un antropoide, o mejor: un Zooide. ¿Habrán de seguir insistiendo en que la lengua y el signo conserven su marca de Polis, cuando todo estalla hacia el poliedro y la polidimensión, que dicen y muerden “entre el sí y el no”? Si no hay “sínoes”, entonces ya no hay más butacas para el espectador categorial (la mala muerte): no es que el sentido se escape, sino que al fin se roza y se devuelve nebular, por gracia del vital destape (“La carnevida del embrujo, alegría” = “Son los clanes de los sentidos afiladísimos: / ¡guillotináme hacha sufí!”): el poetizar ya es trino, acople (que suena y ensambla), en co-respiración con el Genius de la marejada. El equilibrio no era sólo apolíneo, tampoco marcial: podía ser venusino, o brahmánico, o marítimo = pulmonáutico, como el de este Khan que aúlla, “afiladísimo”, a la luz de la bruma.


[1] Nótese que para la lentilla alterna del Khan, por ejemplo, no hay elefantes, sino “una sombra de elefancia”.

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